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Sor Angelina, virgen (1962)

Por Asier Aranzubia Cob - De qué va ... - 14/02/2016

Sor Angelina, virgen (Francisco Regueiro, 1962), práctica de fin de estudios en el Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas

Sor Angelina arranca con un cita de Gonzalo de Berceo que está sacada de una de sus célebres vidas de santos y mártires. En concreto, de una que lleva por título Sancta Oria, virgen en la que se cantan, con el acostumbrado tono hagiográfico, la vida y los milagros de una religiosa a la que, según cuenta Berceo, pusieron dicho nombre porque su belleza competía con la del más precioso de los metales. Pues bien, como cualquiera que mire con cierta atención las imágenes de Sor Angelina puede fácilmente apreciar, nada hay en este relato que recuerde a esas vidas de santas y mártires que glosaba Berceo. Todo lo contrario: la práctica de Regueiro se esfuerza en subrayar que si Antonia (este era el nombre de la protagonista antes de ingresar en el convento) cogió los hábitos fue porque la humilde familia de emigrantes andaluces en la que se crió no podía ofrecerle un futuro mínimamente digno. De hecho, si el personaje de Rafaela (la hermana menor de Antonia a la que también le ha “dao la vocación”) adquiere relevancia en el relato es porque gracias a ella Regueiro puede exponernos de una manera más rigurosa y elocuente (es decir, mostrando el pasado de Antonia en el presente de Rafaela) cuáles fueron las razones por las cuales Antonia decidió coger los hábitos cuando tenía la misma edad que tiene ahora su hermana. Vistas así las cosas, ese “En el nombre de el Padre que nos quiso criar / E de don Jhesu Christo que nos vino salvar, / E del Spiritu Sancto lumbre de confortar, / De una Sancta Virgen quiero versificar” que abre el relato sólo puede ser leído como un contrapunto, como una suerte de comentario irónico que fija, desde el principio y de manera inequívoca, el alcance del relato, es decir, su mirada abiertamente crítica sobre una realidad: la de los emigrantes andaluces que malviven en los arrabales del Madrid de posguerra. Bien mirado, de estar en algún lado, el tono hagiográfico estaría precisamente en la manera en que Regueiro filma a esa familia de aceituneros de Jaén que vive hacinada en un hogar miserable. Y la secuencia clave para entender esto es aquella en la que vemos, en la recta final del mediometraje, al padre de Sor Angelina y a su nieta entretenidos en sus tareas cotidianas mientras la banda sonora es sorpresivamente ocupada por el Tantum Ergo. “Esta escena suponía para mí -señala Regueiro- algo parecido a un acto cívico: un contrapunto demoledor entre un hombre enfermo, sin trabajo, un emigrante dentro de su propio país, y un cántico, muy hermoso, pero donde se habla de unos valores que en la realidad tienen una contradicción casi salvaje, trágica; esa comunión de los santos (…), produce hambres, barbaridades de tal calibre... Y, si pensamos en este país, en lo que representaba la iglesia católica durante el franquismo, el nacionalcatolicismo; bueno, mejor dejarlo...”

blog Sor Angelina, virgenLa combinación de los quehaceres cotidianos de un viejo enfermo y una música pensada para amueblar sonoramente la liturgía de la comunión, tiene, en efecto, ese alcance crítico y contrapuntístico que le adjudica Regueiro. Pero hay algo más. A lo largo de la primera parte de la práctica (esta es una obra con dos mitades bien definidas: primero la noche y después el día) se nos ha ido contando, a partir de pequeños pero extraordinariamente reveladores detalles (la monja agarra, sin previo aviso, el jersey de su hermana para poder sentir la suavidad de su tacto), que la profunda insatisfacción que emana del rostro y los gestos de la religiosa tiene mucho que ver con las privaciones del convento. Dicho de otra forma: además del cariño de los suyos, Antonia echa de menos los placeres sencillos de una vida humilde: la suavidad de un tejido, el sabor de unos huevos fritos con chistorra, la emoción de un viaje en metro... Pues bien, mientras suena el Tantum Ergo vemos como el anciano, después de haber terminado con sus quehaceres de la mañana -entre ellos, dar cuenta de un pedazo de pan y una tira de bacalao en una suerte de ecuaristía laica y obrera- enciende un cigarrillo y se deja caer, plácidamente, sobre la cama. Vistas así las cosas, además de para plantear la “contradicción” de la que habla Regueiro, la música de esta secuencia parece servir también para hacer de todas esas ocupaciones cotidianas (y, por extensión, de los pequeños placeres que pueden llevar asociadas), un motivo de celebración. Es por eso que digo que en Sor Angelina el tono hagiográfico se emplea, en todo caso, para dar cuenta de los trabajos y los días de una humilde familia de emigrantes del sur y no, como cabía esperar, para glosar la vida y los milagros de una santa virgen.

blog Sor Angelina VirgenComo ya sucediera en trabajos anteriores, en Sor Angelina las referencias a partir de las cuales Regueiro otorga densidad y espesor a su discurso vuelven a ser eminentemente pictóricas. (...) La influencia más evidente de Zurbarán está, como reconoce el propio Regueiro, en los temas religiosos, tan caros al universo del pintor pacense. La manera en la que Regueiro juega con los contrastes entre el blanco de los hábitos de la religiosa y la oscuridad imperante en la mísera vivienda de su familia remite a la destreza con que Zurbarán trabajó los hábitos, casi siempre blancos, de todos esos mártires, santas y religiosos que comparecen una y otra vez en sus telas. Pero además de a los cuadros religiosos, hay momentos puntuales en los que las imágenes del mediometraje parecen querer entablar un diálogo con los célebres bodegones o naturalezas muertas de Zurbarán. Y no es extraño que así sea tratándose de un mediometraje cuyo sentido último depende, en buena medida, de la materialidad de todos esos objetos cotidianos que rodean a los personajes. El propio Regueiro ha reconocido  que el pasaje de su película en el que vemos a Sor Angelina disfrutando de un plato de huevos fritos con chistorra (el erotismo implícito en esas imágenes no hace sino reforzar la idea de que es a través de estos sencillos placeres terrenales como los personajes alcanzan el éxtasis) se inspira en las naturalezas muertas de Zurbarán. Basta contemplar la importancia que en esos planos adquieren los objetos que vemos desperdigados por la mesa para caer en la cuenta de que la deuda que el cineasta vallisoletano ha contraído con una determinada tradición pictórica española es, como venimos viendo, considerable.

Pero la referencia clave es, sin duda, “El aguador de Sevilla” de Velazquez. Y lo es porque, más allá de las posibles citas puntuales que se puedan rastrear a lo largo del mediometraje, el sentido último de la película, esa celebración de los pequeños placeres terrenales como antítesis de la vida espiritual que encontraría su formulación definitiva en la secuencia del Tantum Ergo, se mueve en unas coordenadas de significación parecidas a las del cuadro del pintor sevillano. Desde el aspecto tactil de los objetos a la reunión de las diferentes edades de una vida dentro del cuadro pasando por la sensación placentera inherente al sencillo acto de calmar la sed, son varias las coincidencias de sentido que autorizan la puesta en relación de las dos obras y que, en última instancia, sirven para mejor precisar el verdadero alcance de una de las mejores prácticas de cuantas se rodaron en los casi treinta años de vida del IIEC-EOC.


Extracto de "El milagro de las cosas: Francisco Regueiro en el IIEC", en José Luis Castro de Paz y Xosé Nogueira (coords.): Me enveneno de cine: Amor y destrucción en la obra de Francisco Regueiro. Santander, Shangrila, 2014.

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