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La rana verde (José María Forn, 1957)
La rana verde es el bar donde se reúnen los señoritos de Cimera de los Infantes, unos vitelloni mesetarios. Su objetivo son las chicas que vienen a los cursos de verano en el castillo, hijas de buenas familias que les permitirían hacer un enlace ventajoso. Los principales interesados en estas relaciones son sus padres, que constituyen las fuerzas vivas de la ciudad: el secretario del ayuntamiento, el aristócrata, el farmacéutico, el propietario del hotel local y el del silo. De este modo, un plantel de veteranos, a cuya cabeza se encuentra un pletórico Félix Fernández, dan la alternativa a jóvenes valores varoniles y femeniles.
Antes de entrar en harina, un narrador nos cuenta los entresijos de la vida provinciana: las ganas de medrar o enriquecerse de unos y otros, las rencillas entre los viejos republicanos del Círculo Cultural y la gente de orden, las maniobras para hacerse con un puesto en el ayuntamiento una vez fallecido el cacique y alcalde sempiterno… Luego, una vez planteados estos intríngulis, la cosa se centra en las gamberradas de los muchachos y los sueños románticos de las chicas, aunque finalmente todo queda centrado en el intento de seducción de Elena (Elena Espejo, productora de la cinta) y Elvira (Elvira Quintillá), por parte de Tony (José María Rodero) y Enrique (Javier Escrivá). El primero pretenderá llevar el plan de seducción hasta las últimas consecuencias y Enrique tomará conciencia de la canallada que están a punto de cometer, con lo que el final moralizante queda asegurado.
La rana verde apela a un buen puñado de recursos procedentes del cine de la disidencia. De los señoritos calaveras de Calle Mayor (Juan Antonio Bardem, 1956) a las fuerzas vivas que pretenden poner el pueblo en el mapa de Calabuch (Luis G. Berlanga, 1956), de la narración de Fernando Rey que abre y cierra el relato, procedente de Bienvenido, míster Marshall (de nuevo Berlanga, 1953), a la burla del rodaje del cine de cartón-piedra de Esa pareja feliz (Bardem y Berlanga, 1951). En resumen, el guión del propio Forn es un compendio de temas y recursos bardem-berlanguianos, que deberían sostenerse sobre una espina dorsal de novelita romántica lo que provoca un desajuste irresoluble.