La bandera negra (1956)

Por Dqvlapeli Blog - De qué va ... - 26/11/2017

La bandera negra (Amando de Ossorio, 1956)

La ley dicta que ondee una bandera negra en la prisión en la que se ejecuta una sentencia de muerte, desde el momento de ejecución de la pena, al alba, hasta el mediodía. Durante una noche de fúnebre deambular solitario por la ciudad el profesor de latín Valentín Mosquera (José María Seoane) aguardará el amanecer, cuando la bandera negra sea izada por la muerte de su hijo.

Tres líneas alientan su largo monólogo: la historia del uxoricidio que ha conducido a su hijo al corredor de la muerte, la de su propio fracaso como hombre y como padre, y el frustrado intento de leer su diatriba contra la pena de muerte ante el tribunal. Todo ello se resolverá en forma de diálogo monologado. Valentín se imagina ante un tribunal hecho de ropajes sin encarnadura, hace amistad con el busto de un ilustre prócer llamado don José y al que termina llamando Pepe, dialoga con su propio reflejo burlón que se le aparece en el escaparate de una tienda de lencería femenina o en un charco del cementerio, le cuenta a un perrillo su propia experiencia de la muerte cuando dejó a unos gatitos sin madre.

Se lamenta, perora, diserta, argumenta, clama al cielo… No calla. La palabra, como en un escenario, es el motor y el fin. Para darle cuerpo, Ossorio recurre a una planificación enfática, con abundantes picados que muestran la pequeñez del personaje frente a las instituciones de la administración de justicia y ante un poder divino que siempre coloca por encima de todo. Las no siempre logradas sobreimpresiones con las que resuelve los diálogos entre Valentín y su reflejo, o los abundantes trucos de montaje que le permiten realizar la transición entre el mundo de su imaginación y la realidad de la noche fría y lluviosa, son otros tantos recursos estrictamente cinematográficos con los que Ossorio intenta salir airoso del reto que se ha autoimpuesto. Porque, en su debut en la dirección, se lanza con absoluta osadía por el camino de la experimentación. Más que referencias cinematográficas, acude a la experimentación que se produce en el efervescente mundo del teatro universitario, para pergeñar, con la complicidad del dramaturgo Horacio Ruiz de la Fuente, un drama de tesis contra la pena de muerte. Los argumentos provienen de una fe católica profunda y sincera, lo que debería servir de excusa para un tránsito más o menos apacible por los trámites censoriales en una administración en la que el estamento eclesial tiene la última palabra. Sin embargo, ya sea por los elementos fantásticos y macabros que tachonan la trama, ya porque la osadía formal se produzca desde una evidente humildad de medios, lo cierto es que la película fue durísimamente calificada, frustrando cualquier posibilidad de comercialización. Cuando vuelva a la dirección, casi una década después se habrá convertido en un aseado facturador del westerns mediterráneos y, sobre todo, de productos de fantaterror con sello propio.