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Patricio miró a una estrella (José Luis Sáenz de Heredia, 1934)
Patricio (Antonio Vico) es un cinematófilo empedernido. No sólo bebe los vientos por la estrella Emma Ribera (Rosita Lacasa) sino que además aspira a convertirse el mismo en un astro de la pantalla... a pesar de su dentadura mellada, su físico enclenque y su natural pusilánime.
Un buen día, Emma se presenta en la mercería en la que trabaja y los compañeros de Patricio, para embromarlo, le mandan una invitación a un selecto banquete al que asistirá la estrella. A pesar de todo, Patricio no escarmienta y cuando recibe una comunicación del estudio para trabajar en los talleres se cree que lo han llamado por su talento dramático, originando una catarata de desastres que dan al traste con la película que se está rodando. Al final, será una demostración de sus facultades como trágico lo que convencerá a Emma Ribera de que es un gran actor... cómico.
Patricio miró a una estrella supone el debut en la dirección cinematográfica de José Luis Sáenz de Heredia, de la mano de otro entusiasta, Serafín Ballesteros, que había decidido crear unos estudios cinematográficos en un taller del Portillo de Embajadores precariamente equipado para el rodaje sonoro. El veterano Fernando Delgado, se había comprometido a asumir la dirección , pero al comprobar el pobre trabajo fotográfico realizado por el propio Ballesteros, renunció a seguir adelante, propiciando así la recolocación del guionista Sáenz de Heredia.
Película, por tanto, de aprendizaje para todo el equipo, irregular en muchos momentos y sostenida por el buen hacer de Antonio Vico en el papel titular, un personaje dibujado de acuerdo con las pautas marcadas para el sainete por Carlos Arniches. A este patrón, como en buena parte del cine republicano, se superpone una plantilla de comedia sofisticada, ambiente internacional y modernidad aprendida en la pantalla. Lo que Sáenz de Heredia aporta al cóctel, además de la dosificación de estos elementos, es una buena dosis de slapstick que se desarrolla sobre todo durante la visita de Patricio a los estudios cinematográficos. El segmento se abre con el montaje caleidoscópico de una pieza musical interpretada por la orquesta y culmina con una romanza de opereta cantada por un tenor. Entre ambas escenas una teoría de malentendidos, persecuciones y desastres en cadena que no ocultan su filiación chapliniana. El recorrido por la tramoya del estudio puede interpretarse también como un largo spot de las prestaciones que ofrecían sus instalaciones.